6 de enero de 2017

La Plaza de Mayo tiene las horas contadas

Los relojes públicos y monumentales que forman parte del patrimonio histórico de la Plaza de Mayo corren el riesgo de dejar de funcionar, dentro de algunos pocos años, por falta de mantenimiento y atención. Lo que pone en peligro la vida útil de los relojes es la ausencia de un recambio generacional en el oficio del horólogo.
Un horólogo es la persona encargada de poner en hora, mantener y reparar los relojes públicos de los edificios históricos. En la actualidad, en la Ciudad de Buenos Aires ejercen este trabajo sólo cuatro personas, Alberto Selvaggi, de más de 70 años, es el maestro de todos ellos y está a punto de retirarse, mientras que los demás superan los 50 años de edad. Como su discípulo mas aplicado, Jorge Campos, que con 58 recién cumplidos comparte su preocupación por que no aparecen técnicos jóvenes con la vocación artesanal de restaurar o reparar los relojes históricos y retomar el legado.
Campos se inició en la relojería hace tres décadas como empleado en una empresa de fichadores para control de horarios de personal y desde los últimos 20 años se dedica a lo que lo apasiona y lo atrae. Los relojes de torre, también llamados relojes monumentales.
Sus máquinas mas mimadas son las del Cabildo y la Casa Rosada, el gran reloj de la Sindicatura General de la Nación, de más de dos metros de diámetro, y los de las casas centrales de los bancos Francés y Provincia, los de cada torre de la Basílica de Luján en la provincia de Buenos Aires, el de la Municipalidad de San Luis.
Su reloj más preciado es el del Ministerio del Interior ya que él mismo tuvo que reconstruirlo por completo luego de que, al decir de sus palabras, “un ‘genio’ lo desarmara para instalar una maquina eléctrica”.
Cada miércoles por la mañana llega para darle cuerda. Entra por la esquina de 25 de Mayo y Bartolomé Mitre, sube tres pisos por ascensor y uno más por la ancha escalera de mármol que conduce hasta el altillo. Allí está instalada la máquina del reloj, dentro de un armario de madera, cerrado con candado.
“Esto es lo que desde el exterior del edificio se ve como la cúpula, el cuadrante con las agujas del reloj que vemos afuera, está en realidad, en el piso de abajo”, una rareza declarada por Campos con total naturalidad.
“Antes de las cuatro de la tarde tengo que venir a darle cuerda con esta manija, porque si no, el contrapeso toca el suelo y el reloj se detiene”, explica el horólogo con su voz grave y pausada pero con gran entusiasmo, mientras sostiene la pesada manivela de bronce y madera, que en instantes va a colocar en el eje del tambor para enrollar los cables de acero. Se eleva lentamente el contrapeso de unos 200 kilos, por medio de un juego de poleas que cuelga desde el techo.
El armario es de un metro por dos y tiene unos 40 centímetros de profundidad. Adentro se lucen los mecanismos que brillan a la luz del tubo fluorescente. Sobre la tabla que soporta la estructura, una pequeña placa de bronce muy lustrada reza: “W. Pots & Sons, Leeds, England 1901”, nombre del constructor, procedencia y año de fabricación. En referencia a la fecha, Campos comenta: “Si se fijan en la fachada del Ministerio, figura en el mismo año (MXMI). En realidad el reloj y el edificio pertenecían al ferrocarril, por eso van a ver las siglas FFCCA (Ferrocarril Central Argentino) grabadas en mas de una de las piezas. Desde aquí se coordinaban las tareas de carga y descarga entre trenes y barcos ya que desde esas ventanas redondas se veía el puerto. Era un punto estratégico”.

Antes de salir a trabajar, Campos sincroniza su reloj pulsera con la hora oficial. En relación a su vida personal relata: “A veces me piden que arregle despertadores o cosas por el estilo y la verdad, yo si agarro un reloj chico, lo rompo. Mis manos están acostumbradas a otros pesos, a otros espesores. Un relojero tiene dedos de seda”, se ríe y comenta que cuando sus hijas eran chicas e invitaban amiguitas a dormir, le hacían desactivar todas las alarmas de los relojes cucú que poblaban una de las paredes de su casa, para que no se asustaran durante la noche. Campos manifiesta un cariño especial por los mecanismos que repara, como si se tratara de sus propios hijos.
Confiesa que ama lo que hace y que además, sin declarar cuanto, cobra muy bien por su trabajo, tanto al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, como al resto de los municipios del interior o el conurbano.
Las palabras de Campos suenan nuevamente a maestro de historia. “Con los acontecimientos de diciembre de 2001, en una de las manifestaciones, el frente del cabildo estaba cubierto con andamios y recuerdo que había un tipo colgado de la aguja de horas, la rompió y se llevó el pedazo”, rememora con cierta tristeza y comparte lo que descubrió un año después cuando lo llamaron para restaurarlo.
“Me puse a investigar sobre la máquina y me entero que era norteamericana y que había sido instalada en los años 40 cuando se remodeló el Cabildo. Lejos de ser la original, en realidad, los ingleses nos habían vendido por nuevo, un reloj que ya tenia 50 años de uso y que nunca llegó a funcionar correctamente, porque en las cajas donde deberían haber llegado los contrapesos y otras piezas, entraron mercadería de contrabando. Así que hasta que llegó todo lo necesario y ubicaron a la persona que lo tenia que armar, pasaron muchos años”.

En la actualidad y desde el 2002, el reloj del Cabildo funciona con una máquina fabricada, instalada y mantenida por la empresa que junto a su socio fundó Jorge Campos, y se apena porque el ayudante que tomaron para colaborar en el taller, no siga su camino, el de continuar con la épica tarea del rescate histórico de mantener con vida a los relojes de la Plaza de Mayo y sus alrededores.

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